Por: Mgtr. Ana Galiano Moyano, directora de la Escuela Profesional de Educación de la Universidad Católica San Pablo
Hace unos días, encontré dos titulares que me llamaron la atención. El primero decía: “En familia salen a robar”; seguido de: “Padre y madre enseñan a su hijo a asaltar”; mientras que el otro señalaba: “La familia educa y la escuela enseña”. Ciertamente, al leerlos comencé a cuestionarme ¿realmente comprendemos qué significa educar y qué enseñar? ¿Entendemos cuál es el rol de las escuelas en este proceso?
Enseñanza y educación son términos que se han interrelacionado desde que tenemos memoria, sin embargo, ¿cuál es su verdadera relación?
Podemos definir enseñar, como la transmisión o comunicación de conocimientos a través de signos. El signo más importante que todo docente utiliza es la palabra, de allí la necesidad de que todo docente sea un maestro del lenguaje, y que sepa él mismo aproximarse a la verdad de la manera más real posible. Entonces, en este momento intervienen al menos tres factores: quién enseña, lo que se enseña y quién aprende.
Por otro lado, educar, puede ser definido como el “proceso de conducción y promoción hasta el estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud”. Este concepto que está presente en la obra de Santo Tomás de Aquino, indica que la educación es ese proceso de perfeccionamiento constante, a partir del logro del orden interior que nos permite alcanzar la virtud. La razón de ser de la educación es poder responder a nuestra naturaleza humana de ser educada; es decir, responder al horizonte de perfección y mejora permanente al que estamos llamados.
La escuela, desde siempre, se ha concebido como la institución en donde se produce el hecho educativo. Ruiz Sánchez lo define como ese encuentro entre la naturaleza de un sujeto al que llamamos educando, y los factores extrínsecos que inciden sobre él, que permite misteriosas modificaciones que atañen a su misma condición de hombre. Esto se aprecia en el momento en que el docente y el alumno se reúnen en torno al conocimiento, y de ese encuentro, surgen aspectos que modifican internamente las facultades educables.
Por lo señalado, se puede concluir que se puede enseñar sin educar, pero no se puede educar sin enseñar. Sin desestimar que existen otras instituciones educativas, como la familia o la iglesia, la escuela sigue teniendo un rol protagónico a la hora de asumir la tarea de enseñar y educar; para ello, la formación y tarea del docente es fundamental.
Hace mucho tiempo, el pensador inglés G.K. Chesterton sentenció que “la educación sólo es verdad en un estado de transmisión; pero ¿cómo podríamos comprometernos con transmitir la verdad si esta nunca ha llegado a nuestras manos?”.